Alguna vez me preguntaste qué significaba la lluvia. Tal vez no lo recuerdes, eras tan joven y alocada, tan estúpida y olvidadiza. Tus ojos ardían con el fuego de una estrella en invierno: lleno de esperanzas e ilusiones, de metas futuras, de amores por descubrir, de pasión, de sensualidad, de alegría.
Aquel día salimos al bosque. La primavera se había apresurado, mostrando sus nuevas galas en el impaciente mes de agosto. El mundo parecía haberse vuelto del revés. Las mañanas se tornaron azules y oscuras, salpicadas de cientos de miles de millones de pequeñas manchas brillantes y esclarecedoras, pero todas ellas acompañadas del magnánimo sol en el atril del director. Las noches, por el contrario, eran cálidas y acogedoras, envueltas en un olor dulzón, mojado, que me recordó aquellos meses de verano...
Caminamos durante día y medio. Tú ibas a la cabeza, tirando de mí, sonriéndome a cada momento para que así continuase recorriendo el camino. Primero el pie izquierdo: un paso inseguro y atolondrado, digno de mi torpe ser. Pero finalmente lograba tomar contacto en tierra firme, y pisaba asegurándose de que así fuera, que no era una mentira, una simple imagen en mi cabeza. Acto seguido y cargado de bravura, se disparaba el pie derecho: envuelto en la soberbia y el afán de superación, hacía de tripas corazón y adelantaba al pie izquierdo. No obstante, el pie izquierdo inconforme, se sentía humillado, por lo que repetía el proceso anterior. Concluyendo en un ciclo vicioso y repetitivo que lograba hacerme caminar. Pero sin duda, tu mano agarrando mi mano, y tu sonrisa entre mis ojos, eran el mejor aliciente para permitir a mis pies llevar a cabo estúpidas disputas.
La primera vez que te subiste a un tocón y me besaste, me pilló por sorpresa. Estaba tan distraído procurando no caerme, que cuando me sujetaste por los hombros, apresuraste a enfrentar nuestros rostros y dejaste que nuestros labios tomasen ejemplo, abalanzándose los tuyos sobre los míos, como en una tormenta de pasiones ;mi corazón latió tan fuerte que creía que se iba a arrojar a abrazarte, y así estar contigo siempre.
La calor se cernió sobre nosotros cuando aún estaba oscuro, envolviéndonos en el bochorno de la noche. El sol se iba alejando poco a poco, pero las pequeñas estrellas aún nos seguían, cuchicheando entre fugaces tintineos. Y pronto las nubes se agazaparon, abrazándose en un sinfonía de truenos y rayos. Durante la que planearon el movimiento siguiente: la lluvia.
Llegamos a un claro situado en el centro del bosque. Y nos topamos con el sol y la luna. Por uno de los lados se divisaba el cielo oscuro, dominado por el sol y pequeñas estrellas. Por el otro lado, el día capitaneado por la solemne luna. Nos encontrábamos entre el día y la noche. Nos encontrábamos en un claro, rodeado de nubes al comienzo de una sinfonía. Entonces, llovió y llovió y llovió. Llovió durante horas, pero el claro seguía seco, justo entre el día y la noche.
A las pequeñas gotas de lluvia se unieron los árboles, y las flores, y los pájaros y tú y yo...
Recuerdo que aquel día me preguntaste qué significaba la lluvia, y yo no supe qué contestar.
Ahora, de rodillas frente a un lápida con tu nombre puedo decir que la lluvia significa dolor, soledad, amargura. Que la lluvia son las lágrimas del viento y las estrellas, las lágrimas de los que fueron y no serán, las lágrimas del alma y el tiempo, las lágrimas de la eternidad. Que la lluvia es el manto que esconde las lágrimas que se deslizan sobre mi rostro. Que la lluvia el sonido de la tierra. Que la lluvia es el olor de la melancolía. Pero la lluvia no es sólo eso. La lluvia también es pasión, alegría, felicidad, valor. Que la lluvia son todos los momentos en los que te subiste a un tocón y me besaste. Que la lluvia es el eco de tu sonrisa. Que la lluvia es todas las veces que dije que te amaba. Que la lluvia es todas las noches que nos hicimos uno. Que la lluvia es sólo eso...lluvia...
Intento tragarme el dolor. Intento dejarme llevar por el orgullo, pero no puedo. Intento no llorar. ¿Para qué? Sólo estoy mal gastando fuerzas, sólo sufriré más.
Las lágrimas inundan mi rostro hinchado y se pierden en la lluvia. Siento como el vacío se apodera de mí por última vez. Siento como las palabras taladran mi cabeza cada vez que miro la piedra mojada y leo: "no diré que no lloréis, pues no todas las lágrimas son amargas". Tenías razón, pero estas son las lágrimas más amargas de todas...
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