Desperté con la música de las nubes negras. Bueno, no desperté, simplemente no me dormí. Pero tampoco tenía prisa ni intención de dormir: lo que creía que era una sensación de sueño, era sólo una sensación de soledad; dos palabras tan parecidas y relacionadas entre sí, que su mera pronunciación podría sembrar un atisbo de miedo en el más feliz y despierto de todos los muertos del cementerio.
Tras una ventana empañada, húmeda y fría, pequeñas casas aparecen, haciéndose más y más grandes a medida que me aproximo. Son pocas las luces de mi visión: dos o tres farolas, alguna que otra estrella despistada, nada muy alentador o llamativo, nada que robase mi atención del pensamiento.
Había estado lloviendo desde mucho antes de que yo despertase aquella mañana. Me sentía triste y apagado, como el día: cubierto por un manto de nubes aparentemente infinito. Bien podría haberse tratado del cielo nocturno de París, o incluso de las diurnas noches de Madrid. Sí... que recuerdos. No estoy una semana fuera y ya invaden mis pensamientos. Pero no son las noches de Madrid lo que recuerdo, no.
Llevo muchas horas dándole vueltas a la cabeza, como me pase de rosca, se caerá de su sitio. Tampoco me importaría, últimamente me está dando más problemas de los que debería. Quizás esté estropeada... Pero bueno, por perder diez centímetros de altura...
Son las tres y dieciocho de la madrugada. En Madrid no me habría resultado nada raro, pero estando aquí, sí lo es. He estado casi dos horas leyendo, y unos cuantos minutos haciendo un sobrehumano esfuerzo por dormir. ¿Cómo demonios se hace eso? ¡Tsk! Creo que estoy perdiendo la cabeza.
Hace unos cuantos días que no escribo nada. Qué digo días, semanas... Estoy viviendo unas vacaciones que por momentos se vuelven más intensas ¿y no se me ocurre nada para escribir? Hay que joderse...
El tiempo pasa muy rápido cuando uno se sienta a charlar con el pensamiento. Y por mirar la lluvia parece haberse acelerado. Pero son sólo las tres y veinte, apenas han pasado dos minutos.
La lluvia aquí es algo distinto, mágico todo un espectáculo. Es como una fina capa de seda transparente cayendo suave sobre el cuerpo desnudo de una mujer, es algo tan bello como indescriptible. Inmediatamente germina en mi cabeza un pensamiento, un nombre, una figura, un color, una persona. Estoy triste y quiero reír, pero los látigos de la memoria azotan mi espalda cruentamente. Imagen tras imagen, los recuerdos aprisionan mi razón, jugueteando con un panel en el que se puede leer: "sentimientos". Parece algo inevitable, algo que todos haríamos, algo que a todos nos pasaría al ver un enorme botón rojo, aunque estuviese escrito "tristeza" en él: lo pulsaríamos.
Cómo es posible que tenga tantas ganas de dormir sin tener una pizca de sueño. No lo entiendo. No entiendo nada. No entiendo por qué llueve y siento. No entiendo por qué recuerdo y siento. No entiendo por qué no entiendo. Esto debe ser aquello a lo que llaman "echar de menos". No entiendo por qué tiene que ser horrible, por qué no puede ser alegre. ¿A lo mejor soy yo? Sí, seguramente sea yo. Además, el día está tonto. Sí, eso es, sólo es un mal día. Mañana será mejor, seguro que sale el sol, y sonrío. Sí, mañana será mejor.
Me acuesto en la cama y cierro los ojos. Mi cabeza empieza a volar, empieza a imaginar: frases, sonidos, diálogos, imágenes incoherentes. Finalmente duermo suspirando un último nombre, exhalando un último "te echo de menos".
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