Una melodía suave inunda la sala. Parece una balada, lenta y cargada de melancolía. No obstante, tiene un fondo alegre. Más que alegre, cómicamente siniestro.
Sus pasos destacan sobre la música. Las luces oscuras y tenues realzan su figura, llenan de brillo su piel, destacando una profunda mirada acabada en verde con retazos rojos.
Intento disimular, pero de joven me debí saltar esa clase, y la miro de arriba a abajo. Analizo cada parte de su cuerpo, cada rincón, cada pequeña arruga, cada lunar solitario. El vestido de seda nacarada acaricia su piel como me gustaría hacerlo a mí. Pero no me importa, ya me he perdido entre sus cabellos: finos, dorados, hilo de los dioses.
El vinilo aún sigue girando. Puedo sentir la aguja vibrando con cada una de las notas que componen el ambiente. La voz femenina de la solista; sus dedos finos y ágiles acariciando el piano. Puedo verlo en mi cabeza: sobre mí se alza un escenario de madera, está viejo y algo agrietado. Si uno se fija, pueden apreciarse los recuerdos de las personas que pisaron aquellos tablones de madera. Pero esta noche es diferente. La sala está abarrotada de gente. A ojo se pueden aproximar más de cien personas: se trata de un lugar pequeño, un lugar donde poder rozar el cielo.
<< Se balancea grácilmente sobre sus tobillos. Acaricia el suelo con sus pies desnudos. Un paso, otro, un paso, otro. Se acomoda el vestido antes de sentarse frente al piano: negro, brillante, apenas apreciable en la oscuridad, sólo las teclas y el cuerpo abierto.
Ella acaricia las teclas, pero no las pulsa, tan sólo disfruta de su tacto. Mira rápidamente al público, buscando la mirada de alguien. Pero está oscuro, no se ve nada.
Inspira el aire viejo de la sala, y lo deja escapar de su cuerpo. Cierra los ojos, y extiende la escalera que nos lleva al cielo. Los peldaños son dorados, de diferente extensión: los hay más grandes, más pequeños, más breves, más duraderos, pero todos ellos perfectos. En ese momento, la luna soltó un gemido, un llanto. Las estrellas verdes se humedecieron. Comenzó a cantar y todos rozamos el cielo.>>
Y el vinilo finalizó
Muy despacio me acerqué a ella. Quería perderme entre sus ojos, aunque en mi interior, quería perderme por todos los rincones de su cuerpo.
- Esta noche busqué tu mirada entre el público. Pero estaba oscuro y no la encontré.- Dijo ella.
- Yo sí encontré la tuya.
- ¿Y qué te pareció?
- Algo hermoso, indescriptible. Siempre logras cautivarme con esas dos joyas que tienes por ojos.
- No, idiota. Me refería al concierto.- Esgrimió entre carcajadas.
- Francamente maravilloso, como de costumbre.- Dije al tiempo que la sonreía.
- ¿Se notó mucho que me equivoqué?
- Hiciste bien equivocándote, sino hubiera sido perfecto.
De entre sus labios salió una pequeña risita que acompañó con un manotazo suave en el brazo.
Yo la respondí con una sonrisa casi al instante. Debería haberme sentido idiota, pero no fue así.
Adelanté mi cuerpo un paso, pegándolo al suyo, y me apresuré a besarla.
Cuando nuestros labios chocaron, pude sentir su corazón, la rapidez con la que bailaba clamando libertad.
Al terminar el beso, ella dijo que no quería hacerme daño, que no quería que acabase mal. Yo contesté que no podría hacerme daño, y que no tenía por qué terminar mal, pues tarde o temprano todo tiene su final, sin necesidad de que por ser un final sea malo.
- Lo digo muy en serio, no quiero hacerte daño.- Me replicó.
- Yo también lo digo en serio.
<< Cuando terminó el concierto, la sala se llenó de un eco sordo que lo plagaba todo de aplausos. Pero yo no los oía, sólo podía escucharla a ella, a las lágrimas que poblaban su rostro cayendo sobre el piano. A sus ojos verdes entristecidos...
Se levantó. Reverencia. Y las cortinas se cerraron como una vez se habían abierto: entre aplausos...>>
Ella me abrazó buscando mis labios desesperadamente. Yo la agarré. Podía sentir su calor, oler su perfume, notar el suave tacto de su vestido bajo mis manos nerviosas. Y tocó un concierto privado, sólo para mí.
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