Ella se volvió hacia mí, cálida, afable, tan adorable como de costumbre. Amaba su sonrisa, acogedora como el cuarto hermano pequeño de la luna. Siempre quise decírselo, escribir algo que la hiciese feliz y así poder admirar su sonrisa. Podría pasarme horas hablando de Ella, de todos su defectos -en esencia virtudes de la razón- los cuales la hacían preciosamente única...
El graznido de aquel dichoso cuervo me alejó del pensamiento. Por un momento retomé la consciencia y observé que la solitaria habitación se encontraba llena de gente esperando que dijese algo. Pero mi lengua estaba abotargada, mi cabeza se había perdido en su mirada, y mis ojos no podían desclavarse de aquel dichoso cuervo.
Y el zumbido de sus alas al batir resonaba grave, lento y pesado por aquella habitación angosta, vacía, pero ocupada de gente gris y sin esencia.
Ella me miró fijamente a los ojos y sonrió. No supe decir nada, no hacía falta decir nada. Titubeé en aquel instante antes de dibujar una sonrisa en mi cara. Pero ni tan si quiera aquello fue necesario; una sonrisa ya había aparecido en mi cara...
Recuerdo que mi mente se hallaba perdida en su imagen, en la ilusión de un recuerdo. Una memoria inventada en la que Ella tras mostrarme su sonrisa, se acercaba tiernamente. Yo entre balbuceos magullé algunas palabras: "te amo". Pero antes de pronunciar nada, cerraba mis labios con un dedo, y me besaba...
El cuervo había alzado el vuelo dejando plumas tras de sí. La gente me miraba anonadadamente, de forma fija. Un hombre se acercó a mí y preguntó -"¿Quién es Ella?La mujer que acaba de nombrar". -Ella- contesté- es la mujer cuya sonrisa se llevó el viento.
Sólo un recurso... es lo que queda como volando pero así se puede interpretar según te venga en gana, eso está bien.
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