20110418

Epístola al final de un sueño.

Querido Soñador:
Este es el final. Aquí acabará todo: lo que fuimos y nunca seremos. Cada pincelada bordada en el fondo de un océano vivo; cada sobresalto arropados por el cielo bajo las ramas de un olivo; cada beso alado entre penumbras jamás existido.
¿Es así como se acaba, como se termina? Dímelo tú: cómo acaba, cómo termina. ¿Preferirás la realidad a mí? ¿Elegirás el suplicio de la infelicidad, y harás de mí tu apoyo? De ser así, pues que así sea. Conviérteme en la luz que afirme tu ceguera, pues yo soy tan ciego como tú. Soy guiado por el mismo sol: el de tus pensamientos. 
Haz que todo acabe. Que todo termine y así morir todavía. Y hacerme inmortal en tu memoria en apenas los segundos en los que la realidad se vuelva tu mundo; su pasividad sobre tus ansias de amar sean el nuevo cielo plateado del que desentiendas rojos colores. Yo no habré sido nada, tan siquiera un sentimiento, un pensamiento, el recuerdo de algo. Seré nada, inexistencia, el sueño que todos desean y nadie quiere. Sólo seré quien te ame hasta el nuevo amanecer de cada día...
Es bien sabido que quizá nunca lea esto, que nunca llegue saber de su existencia, o que incluso no se dejen entender las líneas entre sus palabras en el "te quiero" que a decir vienen. Y aún siendo así: querido Soñador, le deseo una dulce realidad.


Con amor: un sueño cualquiera.

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